¡La novela que si no te cambia a ti, le cambiará a otro!
En un futuro impreciso, Sebastián, un investigador independiente de inteligencia artificial descubre cómo su vida amorosa y su vida social empiezan a hacer mella por culpa de lo que parece ser un problema de alcoholismo. Sin embargo, dicho problema esconderá problemas más básicos que residen en la comunicación humana. Mientras Sebastián y los demás personajes de la novela tratan de descubrir el origen de la conciencia para desarrollar un androide que pueda sentir como los humanos, asistiremos absortos a la incapacidad de cada uno de ellos para comunicarse directamente con los demás. Cyborgs tan cotidianos y aburridos que parecen inverosímiles; la mujer ideal, cargada de indecisión e inseguridad; la mujer misteriosa, erotizante como el humo; el ciclista, bebedor puntual de las tres y treinta y tres de la mañana; el camarero soñador con aspiraciones de filósofo; el poeta desgraciado que siempre cuelga de los techos; el jefe de investigación que promueve la revelación científica y esconde en cambio su homosexualidad; y finalmente Sebastián, el más desgraciado de todos los personajes. Su dilema —entre el impulso por descubrir el origen de la conciencia y la mala conciencia por tratar de descubrirla— perfila una narración más bien leve, aparentemente inexistente, que devuelve el valor a las palabras (tan fingidas como creíbles) frente a los hechos. Para aquellos que busquen simplemente una historia, resultará ésta una narración confusa llena de recovecos inexplicables, pero tampoco a ellos les dejará indiferentes un estilo cuidado tanto en el lenguaje como en esos pequeños gestos descuidados que traicionan las emociones de cada personaje (a veces el lector). Asistiremos pues en estas líneas, más propias en ocasiones de un lenguaje cinematográfico, al fracaso progresivo de la técnica, que no es ni más ni menos que el mismísimo fracaso de lo humano.