Iwate-ken es una región al norte del país, en lo que llaman Tohoku, pronunciado con jota, pero más suave, una tierra de donde salieron los artistas más extravagantes y los mejores poetas antes de que todo fuera una empresa, como en las editoriales. Mi padre parece que tuvo muchos dolores de cabeza en ese sentido. No le sentaba bien el aire frío y oceánico de Tohoku, por muy pacífico que fuera, pero menos aún discutir con editores y agentes, que tienen más de secretarios que de agentes secretos, pero con muchos secretitos con los que se forran las carpetas. Él intentaba publicar sus libros desde jovencito, más o menos desde los 34 años (es curioso que en aquella época a esa edad aún se les considerara jóvenes cuando nos toleran hoy a nosotros hasta los 45), pero como no había publicado nada antes, nadie le quería publicar. Una vez incluso habló con un agente, que debe de ser la negación de la palabra gente, cosa que intuyo de sus esfuerzos por anular al individuo creativo en favor de las masas productoras; o quizás se llame agente porque llama a mucha por teléfono, siempre tan ocupado que a veces olvida los intereses del cliente en favor de los propios, deslices comprensibles. Y ese agente, el de papá, que sólo buscaba agenciarse la mayor cantidad posible de beneficios sin esfuerzo (algo natural ahora, si bien entonces todavía había reticencias al respecto), le dijo claramente, con toda sinceridad ―y eso hay que agradecérselo, claro―, que si no era famoso que no le representaba, por lo que le invitaba amablemente a buscarse la vida en otra parte y a procurar publicar gratis, sin complejos, en alguna pequeña editorial independiente con lectores ―seguramente a su vez todos autores― aún por descubrir. (Supongo que al lector actual eso de editorial independiente no le resulta familiar, pero parece ser que fue un concepto bastante común hasta finales del siglo pasado, quizás por eso de que también las familias tenían todavía algún sentido.) Entonces se presentaba en persona en las editoriales y vuelta a empezar, porque lo primero que le pedían, obviamente, era la lista de sus publicaciones y una relación de gente famosa que apareciera en su agenda (otra palabra derivada de agente, que es ese señor que se agencia todo lo ajeno, pero con derechos).