Los superfantastics y los superdiabolis en Japon (1984)
Así, sin acento, Japon aparecía ya como un fantasma en mi primera obra, cuando contaba con más o menos cuatro años. ¿Premonición de mi vida actual? Cuando apenas pasaban series de animación por la tele, ¿de dónde pudo venir aquella obsesión? Ni siquiera mis muñecos eran japoneses, puesto que solía jugar con Playmobil, con los soldaditos de plástico que vendían en los kioscos o con marcas americanas como Marvel, de donde salen todos los personajes de esta primera historia. ¿Por qué, entonces, Japón? Cuando descubrí este texto, mi destino ya estaba cerrado.
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Ambigú 3:33 (2013)
Después de muchos intentos narrativos relegados al cajón y de una pereza que no termina nunca de agotarse, he decidido dar a luz mi primer punto final. Los puntos finales son la mejor terapia para luchar contra uno mismo. Ahora serán los lectores, si los hay, quienes tendrán que definir dónde sitúan ellos su límite; su propio punto. No seré yo, mal lector de novelas, quien les obligue a leer hasta el final. Se conformará el autor con que una frase les impacte o les deje un eco. Pues se suele olvidar (como se olvidan los sueños) que la novela, que la ficción, es un lenguaje.
Los superfantastics y los superdiabolicos en los marcianos de Carabur (1985?)
En esta segunda entrega de la serie más famosa del autor, recuperada de la prehistoria tarraconense, nuestros héroes, los superfantastics y los superdiabolis (cuyo nombre ha evolucionado a superdiabolicos) unirán sus fuerzas para combatir a los bribros. Se trata de unos curiosos marcianos de extremidades lineares y aires formícidos llegados del planeta impronunciable 2208X2XXL2, el planeta gobernado -supuestamente- por el gran rey Carabur. Otro derroche de imaginación infantil para desafiar el tiempo-espacio de los adultos y su ortografía corrupta. Esta vez, con el abandono del uso fragmentario de las mayúsculas, el autor establecerá un discurso caligráfico cuyo desciframiento le exigirá al lector algún que otro conocimiento de paleografía. Estamos sin duda ante una obra de incipiente ciencia ficción, precursora de las historias marvelianas que invaden actualmente nuestro cine.
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El guerrero de la muerte (1986)
Tras su incursión en el mundo de los superhéroes con la serie de superfantastics y superdiabolis, el autor decidió dar el salto a la fantasía épica con El guerrero de la muerte, una obra que explora con mayor profundidad las contradicciones del espíritu humano mediante temáticas como el amor, la rivalidad o la estrategia militar. Una obra de madurez temprana que le sacará los colores a cualquier Tolkien de tintas recargadas: simplicidad de lápiz y bolígrafo, elipsis narrativas, las faltas de ortografía que todo autor quiso siempre hacer y un sinfín de detalles bélicos que introducen al lector en una distopía medieval de puro entretenimiento.
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Los amos del universo (1987?)
Llega un momento en la vida de un autor en el que el esfuerzo por ser original se canaliza hacia la imitación de obras ya consolidadas, proceso necesario para volver más tarde, si se vuelve, a explorarse uno mismo y sus posibilidades. Las obras clásicas, las obras ya consolidadas, ofrecen siempre nuevos estímulos y procuran nuevos caminos para un niño ávido de aventuras. He aquí, pues, la versión amateur de un aficionado a Masters of the Universe. Un niño que empezó escribiendo sobre súper-héroes y marcianos y que luego se pasó a la épica medieval, no tenía más remedio que terminar en esa mezcla extraña de futuro y medievo que emanaba del poder de Greyskull. Como en las grandes marcas, esas mentes anónimas que elaboran el mercado consiguieron atrapar a otro niño del montón, canalizando (o desviando) su energía hacia terrenos y deseos más oscuros. El siguiente paso sería la fascinación por Conan el bárbaro, aunque ya no fue fuente de historias, sino de meros dibujos a la hora del patio (y es que la escolarización también limita).
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